Boy by Fogke |
Recordaré siempre, que estabas a la venta. Esperabas, con las ruinas del circo detrás de tu espalda, aguardabas sentado, contemplando el cielo negro y frío. Te había divisado haría un año en el pasado, no mucho tiempo. Siempre imaginé tus besos, tus caricias y tu aliento. Pero entonces todo pintaba imposible, hasta esta noche cuando descubrí, que estabas a la venta. Y fue así como me comí tus labios carnosos, rojos, ensalivados: pero no los comí con mi boca ni los tenté con mis manos, sencillamente, posé mis ojos en aquella maquina seductora que me sorprendía, porque no era natural, o más bien algo común, el encontrar esa clase de labios en un bazar de golfos. Y sin embargo, los tuyos al menos se dejaban arrancar por esta mirada enferma de soledad, y salvaje por las ráfagas del viento helado. También tus ojos tenían algo de celo, sería tu propia bestialidad, o un dejo de curiosidad por destruir tus escrúpulos, una osadía en la que dejarías libre, totalmente libre a tu cuerpo, y no otra vez le pondrías cadenas. Así entonces viniste a mi casa, Pepe, con aprensión de este mundo nuevo, con la duda y ya la ausencia de ti, pero, cómo puedo aventurarme a deducirte desmundado, quizá viniste entero, realizado. Quizá, con tu cuerpo, con tu espíritu y con tus ganas, viniste, tomaste el dinero, y te entregaste a mi falta, esta que pica tanto, que me empuja al barranco de la carne, y me quita tanta cordura como sentimientos. Pepe, nunca te vi ausente, siempre te vi decidido, no me contradigo: podías, si dejaba el tiempo, cumplir deseos, porque deduzco, tú eras parte del circo en ruinas, una piedra esencial de su holganza, incluso el sudor de sus esclavos. Por eso viniste a mí, pues de alguna forma me pertenecías. Con el dinero en tu bolsillo, te dejaste en mi boca, rígido y sin fallas. Tú cuerpo, por supuesto no era perfecto, no estaba trabajado con un cincel de hierro, pero, me atrevo a decir, tu cuerpo era mármol en bruto que podía pulirse con una lengua y ser definido con las yemas de unos dedos correspondidos. Era más seductora tu carne certera, tus tetillas dormidas, tu vientre inexacto, tus nalgas enhiestas que se presumían deseadas. Con caricias, a veces mordías, a veces gemías, y a veces te empujabas a mí, entregandoteme, presumiendoteme, indicandoteme. Y yo te comía el alma, y tú venías a mi cuerpo y te le rendías, como si supieses que eras mío, como si más bien quisieses enterarme de tu existencia en mi pasado, por eso me diste más tiempo del acordado, y te insinuaste sobre mi cara convirtiéndome en el solio del David, un suave pasillo que imprimió la sed de mis arrojos. En verdad, en verdad fue bueno recomponer nuestro encuentro y ultimar la partida: cuándo vuelva a hundirme en tus adentros, cuando vuelva a cenarte, cuando vuelvas a ser el invitado secreto, quiero que bajes del cielo, y me desgarres del mundo con el murmullo de tus pasos, con la sonrisa de tu cara de augusto, y la nada efímera voz de tu cuerpo protegido por la verdadera naturaleza de tu belleza de puto.
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