jueves, 19 de enero de 2012

Las brujas de la Plaza del Toro


Witch by Trixis

Sobre todo, las brujas te capan aquello, no tienen piedad al acabar con la vida de sus ofensores. Si osas engañar amorosamente a una bruja, no dudes que te capará con todo y pelotas. Por eso las respeto hasta el borde de la poca dignidad.
Anteayer me encontré con una bruja en la Plaza del Toro –aunque no es la primera vez que veo a una–. Estaba oscuro todo, el frío invierno y ¡diantres!, unas ventiscas escalofriantes, sibilinas cual aspiración de potro; escuchar el viento se prestaba para imaginar cualquier tipo de atrocidad. Las brujas que viven en lo alto de los árboles, en el Barrio del Toro, son hermosas, tan seductoras como Afrodita en celo. Su voluptuosa imagen representa una imposibilidad al autocontrol. Las brujas son delicias del infierno. De ello, y su pretensión por lucir tiranas con los machos, agarran el sabor déspota de las putas juiciosas. Se comportan alzadas porque su estirpe refiere a los asuntos de amante adictiva y mano del diablo.
Si ves algún día a una, seguro también les verás las tetas, tan rellenas y rosadas como para comerse a besos. Andan vestidas en paños negros que apenas y les cubren los ombligos, tienen dos. Y bueno, como que te entran ganas de fingir demencia infantil, o más bien, como que no soportas tener veinte años: cuando vez a una bruja a los ojos, y bajas lentamente hasta sus tetas, te entran las ganas de regresar al vientre y ser nonato, e iniciar así el transcurso por el útero benigno y borrascoso donde reverberan los ecos externos, y te nutres de la sangre de tu sangre. Y es que claro, cuando uno se vuelve loco de amor al ser hechizado por una bruja, como las de Plaza del Toro, quisieras nacer de su entrepierna, y exigir a gritos las tetas de tu bruja madre a que te den placer alimenticio. Es una lástima que si fueres niño, si este deseo de regresar a nonato para después ser alimentado por una bruja se realizara, tendrías que ser tal recién nacido, que no le hallarías el gusto a sorber a la mujer del diablo. Por eso, habría yo de ser listo antes de formular este deseo; me pediría promiscuo sin mostrar signos de agudeza sexo-intelectual pero escondiendo oscuros deseos por dentro, ¿te imaginas?
Las brujas que viven en comunidades democráticas en lo más alto de todos los árboles del Barrio del Toro parecen haber evolucionado veinte grados más que un humano normal como nosotros. Casi siempre están pensando en capar machos, pero de mucho en mucho se dan tiempo y placer para engañarlos y complacerlos en orgías complejas.
Yo tenía apenas diecisiete cuando vi a la primera bruja en la Plaza del Toro. Era Semana Santa y las brujas bajaron a buscar párrocos vírgenes. Recuerdo que desbordé en llanto porque a mí, púber e ignorante, apenas me miraron. No era ni cuerpo virgen ni producto maduro. Desde aquel Viernes Santo acudo a la Plaza del Toro cuarenta veces al año. Me siento en la placita y enciendo un cigarro, mientras le susurró a Dalaila cachondeces surrealindas. Sé que las brujas me observan desde la copa de los árboles, y a lo mejor y me adoran porque jamás han bajado para impedirme fogonearme hasta perder el sentido. Ellas bien saben que mientras lo hago, mientras derrito mi lengua en el tesoro erótico que Dalaila guarda entre sus dos piernas, me imagino que es una bruja, y le hago de todo, allí en la Plaza del Toro, que ha permanecido oscura y vacía desde que…
Y desde entonces, desde que fuera hechizado a sobredosis de deseo por aquellas brujas que bajaron de los árboles en la Plaza del Toro, ya no puedo dejar de imaginarme que unas cuatro brujas de pechos rosados me aprisionan, y me hacen su esclavo. Me yergo de sólo verme subyugado por un séquito de mujeres indecorosas y demoníacas, exigiéndome sudor y jadeos, mientras atrás de nosotros brota el diablo de un caldero gigante que hierve sangre y espeluznantes segregaciones extirpadas de las entrañas de los capados. Ese macho cabrío, un buen cordero embrutecido por la apariencia de sus esposas, sonríe inocentón, mientras se la jala como si tal visión de mí en las manos de las brujas le produjera contracciones desenfrenadas.
No creo que me vaya al infierno por imaginarme estas tonterías. Pero si terminara en los fuegos, no dudaría en enfrentarme heroicamente con el diablo, para usurparle su poderío conyugal con las brujas que conocí en la Plaza del Toro. Sería una guerra difícil, pero por cruenta que fuera, la ganaría.



Publicado en la revista literaria 
Mercurio de las voces y el deseo
Año I, No. 3, Octubre de 2010

De momento

"A su hermano Blanquet no lo había vuelto a ver desde el accidente en la selva. Todavía soñaba con él, y con la cara de lobo de su padre. A veces, seguían corriendo los tres por la selva, con la respiración agitada, buscando un sendero diferente que desfigurase el rostro de su cruel destino. Pero siempre caía, y veía a su padre seguir la huida sin girarse siquiera una vez, o reparar en su ausencia. Al menos, siempre estaba Blanquet muriendo a su lado, desprovisto de realidad pura, tan sólo un recuerdo, y punto. Yaykobu soportaba las ganas por llorar por esos sueños malditos, o por Blanquet, a quien había traicionado en la huida, dejándolo morir a solas. Simplemente ya no podía hacerlo."

Off days: Los días del abandono
"Son dos hombres que se aman sin el límite de la gravedad: su libertad en los abismos más intensos de la pasión, los llevará, sin duda, a perderse en la levedad de sí mismos. Entonces, un día sin nada que ofrecerse a cambio, para aliviar sus vacíos alguno matará al otro. Porque su sudor y su hambruna de deseo, son pasiones desvalidas..."

Mercurio de las Voces y el Deseo