Todavía siento la necesidad de tenerte
a mi lado, pero te veo a través del espejo y sé que pernoctas desde hace años y
no despertarás, por convicción. Por eso me voy como espíritu más allá del
mundo, olvidándome de tus labios y de tu mausoleo.
Me he cerrado por
completo a las posibilidades y he dejado de pensarte como antes. Te fuiste con
el viento salado del suicidio, y volviste destruido para enseñarme cómo no volver a amar.
Hoy vuelvo a ser
ignorante al querer decir que te amo, pero también puedo ser realista al decir “ya
no eres nada para mí.” Siento una punzada aquí bajo mi pecho mientras arranco
la molestia de tu recuerdo con ardor y desierta insensibilidad. Desierto de mi
alma y tu alma, poco humanas y graves por el rencor, semejantes al lodo, ambas
arrogantes para destruirse con sus defectos.
Cuando lo supe, me convertí
en polvo y muerte, una sombra difícil de alcanzar en este mundo hecho por Dios.
Mientras tu madre me decía que ya estabas muerto, yo suspiraba lentamente,
pidiendo que algún día pudiera no volver a recordarte de nuevo. Pero todas las
noches veo esa vieja carta tuya y espero a que tus letras desgarradas broten
como la sangre de mi sangre.
De ti sólo me quedan
palabras de incompletos sucesos, que una vez se completaron con mis sucesos.
Somos un libro sin fin
que ha se ha hartado por lo irónico de su consecuente no final. Somos la
consecuencia y al mismo tiempo una causa invalida contra las leyes del cielo. Somos
este amor que se ha terminado, el grito de auxilio de alguna otra persona que
ha llegado a nuestro interminable dolor de ignorantes e insensibles pedantes.
Creía que hacer el amor con
alguien más era la salida a todos los errores que cometimos tú y yo en vida. Pero
siempre sentí tu ausencia carcomiendo mis afectos, haciendo mis ojos opacos, mi
corazón de roca. Por eso me voy bajo la tierra, sepultándome a mí mismo sin
cerrar los ojos. Por eso digo que estoy enfermo de tu naturaleza. Hay algo que
me cuesta entender: que yo sigo vivo y tú ya estás muerto,
Pero es que no puedo desterrarme
de tu mundo sin culparte o culpar a tus huesos. Aunque te llamo muerte, sigo respetándote
de la misma forma como en vida te había yo amado.
Y ahora me estoy acabando
con rapidez, con la misma destreza con la que crecí y me hice hombre, o la tuya
con la que perdiste a tu padre y rechazaste a tu madre y a tus hermanos.
Hemos sido una sola vez, intentó
no serlo de nuevo.
Ya jamás volveré a tu
casa para pretencioso desnudarte, ni podré besar tus labios ni acariciar tu
pecho. Aquí abajo no es lo mismo sentir tu peso relajado suplicándome que vaya
lento.
Ya se nos acabaron las
líneas de amor en las palmas de nuestras manos. Aspiramos la vía láctea y el
papel se quedó vacío. Me cuesta aceptarlo, pero es indudable que las huellas de
nuestro deseo fueron transpirados hasta dejarnos a ambos secos. Ya mi ombligo
no le dirá a tu ombligo que lo ama, ni mis dedos a tu cabello que les gustas. Tus
orejas no se van a sonrojar al decirle a mi lengua “sigue”, ni tus pupilas se dilataran
si me encuentras masculino.
Ya
no puedo prometerte fidelidad eterna, ni tú un cuidado desinteresado.
Tu cuerpo se descompondrá
por los años, y mi encierro me hará criatura y no humano.
Te quedaste impedido para
recordarme, y yo perdí las ganas de volver a creer en mí mismo.
Nos hemos perdido tanto y
extrañado tanto. Pero de tu entierro a mi encierro muy distantes estamos.
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