Y claro que tú eres ese puto de mierda, arrogante, egoísta, deshonesto, colérico y con una verga grande. Por eso yo era tu puto de mierda, desprovisto de mí mismo, atado a tu blasfemia, flemático en tus insultos y adicto de tu fealdad como individuo, todos esos vicios y defectos tuyos que te volvían el peor de los putos de mierda. Pero ya sabías que yo no tenía más razones para existir que querer saciarte en tu agonía, la eterna agonía de tus horrores, aquellas veces cuando me metías la verga por la fuerza, cuando me la dejabas ir y yo me dejaba ir: de eso se trata ser un puto de mierda, yo gritó y tu metes, yo soy el órgano blando que explota y tu la estaca que destruye y se inflama.
Al final, me di cuenta que yo era solo un fluido de lágrimas en tu verga. Todo el tiempo has estado envuelto en llanto, descompuesto. De eso se trata ser tú: porque nunca tendrás nada sino me tienes a mí, porque eres el deseo más poderoso y el ser más destruido por Dios, entre Judas, Juan o Caín.
Ayer soñé contigo, amor. Soñé que venías por mí como la muerte algún día me hará presa. Y tenías tus rizos enmarañados y tus brazos tatuados y tu cara de chulo, de yonki y de puto. Me entregué a ti como habría hecho cualquier parásito, me aferré a tus testículos mientras tú me arrancabas la cara con tu boca de bestia. Me dolió tanto. Me gustó tanto. Y aunque diga que no soy tu esclavo, que no amo tus besos así, que no amo tu rabia, sé que estoy desprovisto de fuerza y albedrío para elegir. Sólo sabemos que somos como dos perros con ganas, quedamos pegados por las ganas y nos iremos apagando muy lento mientras tu semen extingue nuestra flama, y nos desprendemos en lo más hostil del color negro.
Con lo nefando. Con los ojos bien cerrados y las ganas bien adentro de mí y luego de ti y luego de los otros. Con lo más enfermo de un amor ahogado en el petróleo, el azufre o la sal. Siempre con tu adicción a la K, tu odio a la vida y tu indecible amor por mí, por mí, con todo lo que no tienes y nunca tendrás, por mí.