Raven by Shapovalov |
Hedonista del sacrificio y la tormenta de fuegos. Ilíada de deseos maleducados,
señor placentero, rapaz gruñón y atormentado mientras te abrasas por el viento
solano. Diez candelas o la diáspora maldita cuando odias ser parte de una parvada
irrealizada, todo el tiempo en la búsqueda del diablo, quien es tu padre, y
nunca en el obstáculo de la muerte, sino de la vida, porque sujeto del suelo,
tus besos partieron como cáscara de viejo, a la tumba perpetua de los insatisfechos
innominados. Y no por tu parte te surge el alivio sino las trampas, infausto de
tu descendencia al error del manzano juicioso. Tu cara y tu cruz aún siguen rasgándose
de vergüenza, expresándose indecentes, son tus pecados por la envidia salada los
que se repiten sin descanso, tardíos o atenidos al periodo, te respiran tiranos,
luego deseosos te sujetan por el brazo al picacho vicioso donde un dementado
Prometeo. Hacia el paraíso gritas dame, y Don Tibio te empala. ¿Por qué
dislocas tus tiempos sorbiendo del lodo? Cuando miras los omoplatos de Dios
encrespado, eres el candor intrincado de los lobos y las plagas, y te gustas de
golfo y servil pervertidor en Gea. Con tu gusto por encontrar pasillos negros y
fingir allí la orgía del desvío a los inflamados de la familia, tirano u ocioso
siempre consigues el centavo que figura a un río estancado para hacer temblar a
Heráclito. No te atas a los gritos azuzados, perro alado, cuervo lampo, ya no
sufres por tu propio veneno. Es que de muerto al destete de las pasiones
desvalidas, dices, queda ese hoyo que ya no cuesta demasiado, ni se ve tan
hondo como la murmuración de tu marca.
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