Sobre las baldosas por las que caminó ayer el espíritu del desierto, ha quedado un lenguaje de arena malintencionada y borrascosa. Aún huele a sal, aún se escuchan los ecos de su respiración flemática, caracolista. Siempre espera en una esquina, el putillo, o en otra. A veces recorrer sus mismos pasos, sin tener vergüenza del significado, me hacen sentir especial, así, especial, ingenuo, esencial. Yo no soy quien para juzgarlo, no me presto de moral, no me jacto de poseer bondad y nobleza. Sólo lo odio. También he andado en la soledad como sed indeseable, también he visto a los monstruos de la luz sorbiendo de la oscuridad, cuando por supuesto les he dejado tocarme, pues me he creído hijo del diablo.
Su labor consiste en caminar todas las noches de verano e invierno por las callejuelas coloniales de San Luis. Es un chico. Su corazón no tiene remedio, con el tiempo ha dejado de funcionar hasta convertirse en roca diorita. Cuando le alumbran las farolas al rostro, su boca seduce promiscua al secreto. ¡Mírenlo! Sin siquiera sonreír. ¿Por qué seduce siendo agrio y seco? ¿Cómo es posible que nos enamoremos de la poca fe que auguran los desposeídos como el desierto? ¿Quién es él? ¿Por qué así, andando a solas en el desierto citadino? La ciudad le ha hecho juego a sus sueños agrietados, se ve en sus manos que ha trabajado por el dolor poroso. ¡Lo odio! ¡Juro que lo odio!
Se apagó el sol un anteayer en sus miradas imperiosas, dueñas del polvo. Se apagó el sol pero no cesó el bochorno ni la ira de la espina incrustada en el cacto negligente, su cerebro. Es un chico, lo repito, un espíritu lejano, o más cercano quizá.
Cambiaría de piel su pasado, se arrepentiría de saberse vulgar e inmoral. Sin embargo tan sólo andará con apuro hacia el coche oxidado que ha encendido las luces frontales. Vendrá una tormenta de arena. Pero él tolera la inmundicia. ¡Mírenlo! Cuando aborde el coche oxidado y entienda al lamento del contratista me veré forzado a interpretar el trato.
Jugará de moderno. Bajara el cierrecillo metálico de su pantalón mezclilla descolorida, roído, gris ferroso, polvoso. Sacara su pene erecto de la intención. No lo culpen. Descubrirán a la mujer divorciada metiendo al asunto en su boca. Verán temblar al auto anímico que se ha estacionado en la cólera de la tormenta. En medio de un desierto citadino, más bien pueblerino, el espíritu del desierto proveerá de cuidado a la mujer divorciada, una de cuarenta, madre de cuatro, abogada de trece. Porque el carro temblara en embestidas, y el desierto escuchara jadeos y maullidos.
Llegaran hasta el final, querrán estallar. Saldrá y entrara el chico. Gritara y sonreirá la dama oxidada.
Se apagan las farolas de la callejuela. Se extiende la arena salada por las colonias. Enfría un minuto, otro el gris nocturno torna al calor del desierto colaborador.
Juzgarlos sucios no es la razón.
Págale mujer. Ándate a casa.
Y cuando baje el chico, lo verán caminar abandonado por las calles del centro.
Quiero escapar de la visión, quiero no caminar por la ciudad en la búsqueda de los pasos de ese espíritu. Quiero no lamentar su destino, su vida de chico, su trabajo de puto. Pero me aburre. No distingo la ilusión del desierto, ni la escapatoria de la agonía que se cobra la inanición de mi pueblo desvelado.
El desierto de San Luis en la piedra, la sed de las almas en el túnel, el humor de santurronería en la choza de Dios, las baldosas de un callejón colonial, el misterio de un pueblo que se convertirá en fantasma, se han acostumbrado a la inseguridad autista de los espíritus modernos. Como él.
El espíritu del desierto es un desasosegado, un contrito que desaparece de día en murmullos que insultan, en la certidumbre de su casa, de su facha, en las intenciones de su vida cotidiana. Pero entonces la noche, nunca sabe usar la razón. Es atracción de perversos ante la historia de sedientos. Como tú y yo.
Lo imagino llegando a casa, lo imagino sentado en cama, una rodeada por billetes y ratas. Lo puedes imaginar pensando mientras yo lo deduzco en el lamento vampirista de toda una madrugada filosófica: filosofa y jode con la naturaleza de su desconocimiento. De día dormirá. Pero ¡mírenlo! Solo y acompañado por la basta extensión de un espejismo individual, un cuerpo putrefacto de una mujer que hiede a muerte y suculencia infernal. Era suya. Era nuestro sol. Hoy sólo huellas. Bochorno, sed, y huellas.
Distanciado, caracol, aletargado, robot, insensible. Preocupado, muy preocupado: desde su cama vive para decir que:
-¿Por qué estoy haciendo esto?
Las huellas que quedaron en la arena, sobre aquellas baldosas de ciudad colonial, cederán siempre al llanto que el espíritu desértico lleva dentro. Ya sin él, nosotros tampoco sentiremos nada. Comeremos polvo.
Debemos huir.
algunas partes me dolieron, no sè por què :(
ResponderEliminarMe hizo pensar en muchos pueblos fantasmas, abandonados, llenos de espíritus desertores.
ResponderEliminarPor otro lado el desierto se expande resplandeciente en las periferias de la ciudad.
Andas denso Iliel.
Un abrazo
Este va siendo mi favorito. El espíritu del desierto que puede ser cualquier sediento, cualquier sin razón, sabes? se siente el calor, la asfixía, se siente la falta de rumbo, porque la arena es llavada por el viento aunque queme demasiado...
ResponderEliminarun abrazo primo, y cuídate de no ser él.
Como siempre me sorprendes y enamoras, me dueles y me llamas, me hipnotiza lo que haces (todo ;))y me sublimas, me inspiras.
ResponderEliminarNo sé, siempre adelante, siempre en la arena, dejemos que la vida siga y sabes que sienpre estare hombro con hombro.
Tú eres el ingrato =(
ResponderEliminarBorracha te ofrecí tanto y no quisiste nada y ahora me pides consuelo... el sinvergüenza es usted, ahora ve y escribeme algo lindo a mi correo :(
El desierto y sus eternos lamentos...
ResponderEliminarLas ansías y su eterno ser...
Así somos a veces, tan secos como insasiables...
Me gusta mucho lo que leo de ti, jamás dejes de escribir...