A veces salía al mar de los hombres
para hacerme de sal y arena con su roce,
con sus arrojos de espuma.
Yo sabía,
todo el tiempo,
que era un vicio
aquello de bañarme en el calor de sus cuerpos.
Y decía (en secreto decía)
otra vez no.
Entonces me giraba
hacia el desierto sosegado.
Pero ya había probado de ti,
de tu ombligo de cal
o tus ojos de lodo
y tu boca de carne.
Por eso también soy de espuma,
la del falo en el mar de los hombres.
Aunque era y venía del polvo
me he quedado contigo solo;
contigo a solas
húmedo y sin más secreto.
Con las ganas que nunca cesan
por ahogarme en el sudor poderoso de Apolo
de sus hijos
el aroma de su rabia en el tiempo
para dañar y ser amados.
Con ellos me quedo adicto
por su aliento
y mis sueños
de ser todos los suspiros del deseo
en el mar de los hombres.