“Soledad. . . Yo no creo como ellos creen, no vivo como ellos viven,
no amo como ellos aman... Moriré como ellos mueren.”
Marguerite
Yourcenar
Tendríamos que volver a perdernos, el uno en el otro, como aquellas veces cuando tú me decías "eres mío, sólo mío, siempre mío" y yo te miraba serio, te esquivaba los labios y tú los buscabas con violencia, hasta aprisionarlos contra los tuyos, unos labios fríos y secos, partidos. Aún recuerdo cómo me asfixiabas con tus manos de hombre malo, enfermo amor enfermo. Me mordías, me encadenabas a tu espalda y nos fundíamos en el sudor de nuestro jadeo suspensivo. Lo nuestro fue fijación y quebrantos, un viaje descarrilado hacia el odio y la sangre. Tú eras un asesino y yo, yo no tenía recuerdos acerca de un amor sano. Por eso viniste con tus vicios, para extraviarnos y creer que lo nuestro era sincero, sobre todo secreto, sobre todo compasivo. Si yo no hacía alguna queja y tú no dejabas de anudarme a tu ombligo, fue porque estábamos pagando una culpa por ser lo que eramos, anticipándonos además un castigo por todo el sufrimiento que haríamos a los otros que vinieran a amarnos sin condiciones. Pero lo nuestro era así, encuentros torcidos y desesperados. Luego te ibas y yo me iba, por caminos distintos, con los brazos y la cara rasgados, con las costras de los agobios descascarándose y descubriendo a nuevos hombres, nuevos delincuentes que se fundirían con el resto de la sociedad, para entregarnos a la nada, al amor verdadero de una víctima tan sola como nuestra necesidad de destruirnos a solas. Por eso tendríamos que volver a perdernos, el uno en el otro, una última vez antes de suspirar por esta vida incoherente, donde nunca tendremos más que este abismo en el pecho, que se hizo a partir de lo que fuimos, en esa violenta temporada llamada nosotros.