Al anochecer se desvelan las bestias, trabajan
trepanan los descaros, de ellos se alimentan
Son como demonios, las noches y las bestias
confabulan contra nosotros, los olvidados
nos disponen al insulto, al ultraje y al egoísmo de los bautizados
Las bestias con la luz de luna recrudecen las traiciones
Su luz lastima tanto como el hedor del ermitaño
Cada vez que anochece, yo me guardo de mí mismo
soy una de esas bestias
Me temo tanto que me desconozco
Y he llegado a odiar tanto la complicidad de las noches
que ya no tengo otro refugio que hundirme en el espejo
y gritarle al narcisismo de mis almas
o vaciarme de tanto veneno
Pero me trepano el corazón de la cabeza
me humillo ante la posibilidad del engaño
me expongo en cueros al látigo de Minotauro
Es que aún creyendo en la cura
con estas vagas ilusiones no engaño al cielo
No puedo dejar de ser bestia
ni de tratarme como perro
Al anochecer me brotan las tormentas
con cada uno de mis descompuestos vicios
Mis pies inician un viaje al abismo
Mis ojos disgregan las reglas
El cuerpo que poseo transmuta en espanto
No puedo dejar de arrebatarme a las llamas
Duermevela enferma por mi obra fría
no tengo otra cosa más que estas garras
no veo nada más que a la noche fría
y muero, con las manos frescas, en mi propia guerra
en la supuesta inconciencia
de hacerme daño
o en la más certera de las virtudes defectuosas
que es saber cuánto dolor poseo aquí adentro
y cuánto más puedo ser cabrón, bestia
para dislocarme a mí mismo
con el candor de mi fiereza
o la amargura que me ha doblegado
los días, las noches, las horas, los años
importándome sin importarme
para temerme tanto
como si esa bestia que se guarda en el espejo
fuese más inteligente y poderosa
que mi inocencia, mi extraviada inocencia