J:
Con quien pasas la noche, al menos mi noche. Nos levantamos en la oscuridad del olvido, ambos hemos dejado algo atrás porque la batalla que afrontaremos en el desierto nos demanda un sacrificio. Te pido que no me dejes solo, y aunque solo y olvidado, deja conmigo el abismo que significas en mis sienes, en mi pecho y en la oquedad viciosa que se alimenta tan sólo por el aullido de tus labios. Me descompongo en tu saliva y con miles de fragmentos minúsculos me reconvenzo, me dilato, y antes de la explosión, por tus mordidas me reconfiguro todo. No sabes, absolutamente casi nada, “absolutamente casi”, y en la contradicción quizá siempre lo has sabido todo. Quiero que me muerdas la boca con tu boca, quiero que me claves tus colmillos en la lengua. Como lobo, como fiera, como los silbidos del viento a los que tanto temo, quiero que me ates a nuestro amor desconocido.
¿Me amas?
Yo, creo que te amo. También vivo del deseo. Me asfixio de la pérdida del pasado. Digo del conciente y el pasado a tu lado. Te grito, te pido. Digo ven a mí, ven a mí. Soy un lobo estepario. Frente al espejo un augurio temeroso, plumífero luego lagomorfo. Me dicen engendro de ardores. Y claro, es que sin ti pierdo la buena conciencia y la maña benévola, porque ante las ilusiones que he convenido para ambos, no tengo más que eso: convicción de afrentas. No me soporto en la hiedra de los días, no soporto las esquivaciones de nuestras correrías. Yo…, yo simplemente me aferro a una ilusión de brujas: le dije a ellas que me unieran a tus poros, y me condenaran a la adicción por el sudor que destilas en la dureza de tus fiebres amorosas.
¿Qué voy a hacer mientras nos encontramos? Bajo el sol que se encima a mi espalda, y los vientos solanos que me queman la epidermis, yo sólo me huelo en la codicia por tus manos rasgadas. De cerca me alimento de tus sonrisas, de lejos me fundo en las baldosas que acalambran mi desierto. De sediento, de inconexo con la vida, te repito absolutamente casi todo. Voy a quedarme en tus ojos, en las centellas que iluminan el camino por cada cruce ocular de nuestras almas.
¿Te amo?
Yo creo que me amas.
¿Quién soy yo para elegir? Me queda sufrir por el deseo que significas. Canto ven a mí, ven a mí. Y aunque me duele la fatiga en que caigo tras una sencilla mirada con tus ojos negros…, me encantas.
Entonces levantémonos de día, con los vapores de un abrazo, y aullémonos en el fragor de la luna ¿Qué vas a ser para mí?
Para ti, seré lo que quieras.
Hoy te vi en mi cama y me desnudé en tu cama. Aún repaso con la punta de mi lengua el sopor de tus labios. Tú superas al sueño y al secreto. ¡Ah…, cómo me encanta!
Con quien pasas la noche, al menos mi noche. Nos levantamos en la oscuridad del olvido, ambos hemos dejado algo atrás porque la batalla que afrontaremos en el desierto nos demanda un sacrificio. Te pido que no me dejes solo, y aunque solo y olvidado, deja conmigo el abismo que significas en mis sienes, en mi pecho y en la oquedad viciosa que se alimenta tan sólo por el aullido de tus labios. Me descompongo en tu saliva y con miles de fragmentos minúsculos me reconvenzo, me dilato, y antes de la explosión, por tus mordidas me reconfiguro todo. No sabes, absolutamente casi nada, “absolutamente casi”, y en la contradicción quizá siempre lo has sabido todo. Quiero que me muerdas la boca con tu boca, quiero que me claves tus colmillos en la lengua. Como lobo, como fiera, como los silbidos del viento a los que tanto temo, quiero que me ates a nuestro amor desconocido.
¿Me amas?
Yo, creo que te amo. También vivo del deseo. Me asfixio de la pérdida del pasado. Digo del conciente y el pasado a tu lado. Te grito, te pido. Digo ven a mí, ven a mí. Soy un lobo estepario. Frente al espejo un augurio temeroso, plumífero luego lagomorfo. Me dicen engendro de ardores. Y claro, es que sin ti pierdo la buena conciencia y la maña benévola, porque ante las ilusiones que he convenido para ambos, no tengo más que eso: convicción de afrentas. No me soporto en la hiedra de los días, no soporto las esquivaciones de nuestras correrías. Yo…, yo simplemente me aferro a una ilusión de brujas: le dije a ellas que me unieran a tus poros, y me condenaran a la adicción por el sudor que destilas en la dureza de tus fiebres amorosas.
¿Qué voy a hacer mientras nos encontramos? Bajo el sol que se encima a mi espalda, y los vientos solanos que me queman la epidermis, yo sólo me huelo en la codicia por tus manos rasgadas. De cerca me alimento de tus sonrisas, de lejos me fundo en las baldosas que acalambran mi desierto. De sediento, de inconexo con la vida, te repito absolutamente casi todo. Voy a quedarme en tus ojos, en las centellas que iluminan el camino por cada cruce ocular de nuestras almas.
¿Te amo?
Yo creo que me amas.
¿Quién soy yo para elegir? Me queda sufrir por el deseo que significas. Canto ven a mí, ven a mí. Y aunque me duele la fatiga en que caigo tras una sencilla mirada con tus ojos negros…, me encantas.
Entonces levantémonos de día, con los vapores de un abrazo, y aullémonos en el fragor de la luna ¿Qué vas a ser para mí?
Para ti, seré lo que quieras.
Hoy te vi en mi cama y me desnudé en tu cama. Aún repaso con la punta de mi lengua el sopor de tus labios. Tú superas al sueño y al secreto. ¡Ah…, cómo me encanta!