A mi Rosita:
Y entonces, al abordar el avión de regreso al desierto, me percaté que nunca en otro tiempo de mi vida podría retener a Rosita en mi rudeza labial. Lloro, no puedo negar que dejé mi carne en sus fosas, encantado y maldito, y por maldito no puedo remplazarla con el furor de la hierba. Pero al alma de sus senos mordidos, desnudos, a ella la siento amputada de mis manos maltrechas, ¡me la quitó el diablo! ¡Me…., me engañó con el diablo!
Cuando me encontré de apariencia cadavérica, podrido por la traición, en medio del cuartucho de su hotel barato, lo supe… Se había marchado de mis brazos para siempre. ¡Y yo el sudor, la mordida, el beso desnudo, y el calor de mi cuerpo su cuerpo desnudo salvaje contrito renegado y caluroso! Se fue… se me fue todo.
Hoy me encuentro a solas en el baño pequeño de un avión pequeño. Mi apariencia se dice entierro. Mis ojos se secan y mi corazón se funde. Así me dueles.
Rosita.
En mi cuerpo, en mi respiración.
Pronto me hice un año más viejo, y ella cumplió casi tres semanas de haber escapado con el ángel rechazado del hoyo.
Tengo que respirar, tengo que olvidarlo todo. Allá, en la selva de asfalto había poseído a Rosita. No recuerdo en que momento me ató a su vida, y me sostuvo, y me sintió en su adentro.
¿Qué hicimos mal para encontrarnos aislados de nuestra pertenencia carnal? ¡Yo te deseo aún! ¡Siempre fue deseo! Deseo. Solamente deseo.
¿De qué no salvamos cuando el demonio colapsaba nuestro destino?
Mi espíritu se quema con el sol, con la luna, sobretodo con el recuerdo de tu cintura relajada encima de mi ombligo. Trago saliva. Odio viajar por el aire. Quiero, más que nada, regresar al desierto, y respirar como fantasma, deshacerme de tus gemidos mentirosos, mujercita vampiro.
Nadie en el vuelo creerá que mi muerte se deba a tu falta. Pero, tal vez cuando ponga un pie fuera del retrete en el que ahora estoy parado, y luego el otro, la culpable que rompa mi cuello te delatará. Mira, Rosita, la culpable es tu bufanda perfumada, la misma con que me ataste a la cama aquella tarde cuando me ayudaste a subir al cielo, en la explosión de nuestro aroma de recreo almizclero.
Mujercita hormiga. Picas. Me comes. Me das. Me das. Dame más.
Adieu mon amour!
Cuando me encontré de apariencia cadavérica, podrido por la traición, en medio del cuartucho de su hotel barato, lo supe… Se había marchado de mis brazos para siempre. ¡Y yo el sudor, la mordida, el beso desnudo, y el calor de mi cuerpo su cuerpo desnudo salvaje contrito renegado y caluroso! Se fue… se me fue todo.
Hoy me encuentro a solas en el baño pequeño de un avión pequeño. Mi apariencia se dice entierro. Mis ojos se secan y mi corazón se funde. Así me dueles.
Rosita.
En mi cuerpo, en mi respiración.
Pronto me hice un año más viejo, y ella cumplió casi tres semanas de haber escapado con el ángel rechazado del hoyo.
Tengo que respirar, tengo que olvidarlo todo. Allá, en la selva de asfalto había poseído a Rosita. No recuerdo en que momento me ató a su vida, y me sostuvo, y me sintió en su adentro.
¿Qué hicimos mal para encontrarnos aislados de nuestra pertenencia carnal? ¡Yo te deseo aún! ¡Siempre fue deseo! Deseo. Solamente deseo.
¿De qué no salvamos cuando el demonio colapsaba nuestro destino?
Mi espíritu se quema con el sol, con la luna, sobretodo con el recuerdo de tu cintura relajada encima de mi ombligo. Trago saliva. Odio viajar por el aire. Quiero, más que nada, regresar al desierto, y respirar como fantasma, deshacerme de tus gemidos mentirosos, mujercita vampiro.
Nadie en el vuelo creerá que mi muerte se deba a tu falta. Pero, tal vez cuando ponga un pie fuera del retrete en el que ahora estoy parado, y luego el otro, la culpable que rompa mi cuello te delatará. Mira, Rosita, la culpable es tu bufanda perfumada, la misma con que me ataste a la cama aquella tarde cuando me ayudaste a subir al cielo, en la explosión de nuestro aroma de recreo almizclero.
Mujercita hormiga. Picas. Me comes. Me das. Me das. Dame más.
Adieu mon amour!